jueves, 21 de abril de 2022

Volver a Canfranc... más que una novela

La Estación Internacional de Canfranc es mucho más que una estación de trenes, es historia. Y la novela "Volver a Canfranc" de Rosario Raro es más que una novela para quien sea un entusiasta de todo lo que transmite la estación.

Vista general de la estación / Fotografía Leire Gutiérrez

Su inauguración fue el 18 de julio de 1928 y por ella pasaron miles de pasajeros, con sus vidas, sus sueños, proyectos... Esta majestuosa estación vivió desde bellas historias de amor hasta las más terribles historias de persecución, de miedos, de contrabando... pero también sus ventanas fueron testigos del mayor acto de humanidad, salvar vidas que estaban condenadas a un triste final simplemente por ser judíos y para los que los nazis habían preparado lo que llamaban la "solución final", es decir el genocidio de los judíos.

Las paredes de la estación albergaron a franceses, alemanes, judíos, espías, trabajadores, miembros de la Gestapo, fugitivos...


Estación Internacional de Canfranc / Fotografía Leire Gutiérrez


Una historia apasionante que no deja indiferente a quien la conoce, desde su construcción hasta todo lo que vivió en medio de la II Guerra Mundial, llegando años después a su abandono. Y si a esto unimos la novela "Volver a Canfranc" de Rosario Raro, podemos vivir una experiencia diferente que nos hace revivir esa época y acercarnos a lo que pudo ser la vida en aquella estación. 

Composición Leire Gutiérrez


Este "viaje en el tiempo" puede convertirse en un viaje un poco más real si disfrutas de la experiencia viajando en el tren canfranero de Jaca a Canfranc Estación, recorriendo los lugares en los que transcurrió la historia. La aventura comienza en la estación de Jaca, por esos railes que esconden tantas historias que poco a poco harán que nuestra imaginación vuele hasta 1943.


Trenes abandonados que pudieron llevar hacia la libertad a tantos judíos que huían de los nazis
 y el destino que tenían preparado para ellos / Fotografía Leire Gutiérrez

La estación de Canfranc vio pasar el wolframio que desde España se hacía llegar a los alemanes para blindar el armamento nazi, el oro que desde Alemania enviaban a España, robado a los judíos y cuyo destino era principalmente Portugal y mil historias en cada viajero que pasaba por allí.



Trenes abandonados en las vías / Fotografía Leire Gutiérrez

La Estación Internacional de Canfranc fue un pequeño lugar en los Pirineos donde convivían viajeros, grupos de la SS y de la Gestapo, espías, miembros de la resistencia francesa, judíos que huían del horror de los nazis, ciudadanos franceses y españoles... contrabandistas...


Detalle de la cúpula de la estación / Fotografía Leire Gutiérrez


Cuando llegamos a la estación su majestuoso edificio nos hace entender cómo podían ocurrir tantas cosas allí mismo. La estación tenía hotel, peluquería, aduanas, bar, oficina de cambio de moneda, comisarías, correos... y al tener carácter internacional debido a la diferencia de ancho ferroviario de las vías españolas y francesas, tenía dos playas de vías, una a cada lado del edificio, lo que llevaba a tener duplicados ciertos servicios, accesos y andenes. 

Viendo esta impresionante estación, nos pasa inadvertida la "habitación bisiesta" donde Jana Belerma, una joven camarera del Hotel Internacional (protagonista de la novela de "Volver a Canfranc" de Rosario Raro) ocultaba a los judíos que huían llegando escondidos a la estación y donde esperaban la oportunidad para con nueva documentación (que falsificaban allí mismo) poder salir en un tren dirección a su libertad.  Se llamaba habitación bisiesta porque la estación tenía 365 ventanas (como días tiene el año) y entre los miembros de la resistencia decían que sería un año bisiesto debido a esta habitación oculta a la mirada de todos pero de vital importancia.

Tras la última ventana parece ser que se encontraba la "habitación bisisesta"
Fotografía Leire Gutiérrez


Vestigios de lo que fue una estación de lujo, un hotel con los mejores acabados, detalles en cada pared, materiales que harían de la estación modernista un edificio único. 
En el vestíbulo estaban todos los servicios así como el restaurante, y en la primera planta estaban las habitaciones y las viviendas de los trabajadores de la estación.

Detalle del interior de la estación / Fotografía Leire Gutiérrez



Vestíbulo de la estación / Fotografía Leire Gutiérrez


Aceceso al vestíbulo / Fotografía Leire Gutiérrez


Podemos imaginar a Jana, a Laurent Juste (jefe de la aduana internacional de Canfranc), a Valentina, a Esteve Durandarte, a Didier... pasando por los túneles de la estación, recorriendo los andenes...  los bailes que se celebraban el el salón del hotel, las idas y venidas de los viajeros con sus maletas...


Entrada al túnel de los trabajadores de la estación / Fotografía Leire Gutiérrez


Tunel que daba acceso al vestíbulo / Fotografía Leire Gutiérrez





Túnel de acceso a la estación para los trabajadores / Fotografía Leire Gutiérrez


Paseando entre lo que fue la estación, sus edificios recuerdan todo aquello que vivieron.


Zona de servicios de la estación / Fotografía Leire Gutiérrez

Exterior de la estación / Fotografía Leire Gutiérrez


Zona de servicios de la estación / Fotografía Leire Gutiérrez

Acceso al túnel de acceso para los trabajadores / Fotografía Leire Gutiérrez

Exterior de la estación / Fotografía Leire Gutiérrez

Y si los andenes pudiesen hablar... cuantas historias nos contarían. Allí, entre sus columnas se vivieron momentos de gran tensión, enfrentamientos entre miembros de la Alemania nazi con quienes trabajaban para la resistencia. Toda la historia ocurría allí, el contrabando, las disputas de poder, las investigaciones para intentar descubrir lo que allí pasaba... y también las historias de amor.



Andén / Fotografía Leire Gutiérrez


Rodeando la Estación Internacional de Canfranc podemos descubrir otros lugares donde nos transporta la novela y nos hace sentir más cerca todos los acontecimientos. 

El majestuoso Túnel de Somport de 8608 metros de longitud que comunicaba Francia con España y por el que llegaban cientos de judíos escondidos huyendo del horror con la esperanza de encontrar la libertad que tanto anhelaban. Mujeres, niños, ancianos... que vivieron algo que nadie debería conocer.

Túnel de Somport / Fotografía Leire Gutiérrez

Entrada al túnel de Somport / Fotografía Leire Gutiérrez

Detalle túnel de Somport / Fotografía Leire Gutiérrez

Fachada túnel de Somport / Fotografía Leire Gutiérrez



Interior túnel de Somport / Fotografía Leire Gutiérrez


Como si estuviéramos en 1943 podemos bajar por la avenida principal de Canfranc Estación donde se situaban las grandes viviendas de las gente más adinerada como "Villa Dorada" la casa del gobernador de Huesca Gervasio Casanarbore y su esposa Mimín. 

Villa Dorada, casa del gobernador Gervasio Casanarbore y su esposa Mimín / Fotografía Leire Gutiérrez


También encontramos donde estaría ubicada la famosa fonda "La Serena" (nombre de la novela ya que en la vida real era la "Casa Marraco"), punto de encuentro de personas con mil secretos y donde Pilar y Tricio atendían a todos los que allí se citaban. Bajo el techo de la fonda, sin ellos saberlo, podían estar los camioneros que pasaban el oro, miembros de la Gestapo, trabajadores del hotel, vecinos del pueblo, miembros de la resistencia, carabineros franceses y españoles, guardias civiles, militares alemanes... y hasta judíos a los que ocultaban en las habitaciones de los pisos superiores. Actualmente hay un edifico moderno en su lugar, pero quieren recuperar fotos de la época para exponerlas en los bajos.



En nuestro paseo también podemos situar donde estaba la panadería en la que trabajaba Montlum.

Fotografía Leire Gutiérrez

Y es que el paseo junto al río Aragón era el "paseo marítimo" de Canfranc Estación, con sus árboles, su pájaros, su tranquilidad... y ese aire que decían que era tan curativo.


Paseo junto al río Aragón / Fotografía Leire Gutiérrez


Un personaje que fue clave gracias a su puesto de jefe de la aduana francesa, Laurente Juste (Albert Le Lay en la vida real). Se puso al servicio de la resistencia francesa y ayudo a salvar la vida a cientos de judíos que huían del horror nazi.


Foto extraida de la web "caminandoporlahistoria.com" donde vemos la llegada de Albert Le Lay a Canfranc

Laurent / Le Lay ayudó a la mayor parte de judíos desconocidos pero también hubo algún personaje ilustre como el pintor Marc Chagall, la bailarina Joséphine Baker entre otros. 


Fascinada con todas las historias que esconde la estación y es que allí había tanta vida... aquí tenemos una imagen que nos puede ayudar a acercarnos a cómo era la vida en la estación donde estaban cerca espias y espiados, perseguidores y perseguidos.


Gráfico histórico de la Estación Internacional de Canfranc realizado por Josemí Benítez

Y seguimos nuestro recorrido para acabar visitando los bunkers de la Linea "P" situados por detrás de la estación.

Paseo de los Melancólicos / Fotografía Leire Gutiérrez


La "Línea P" es un conjunto defensivo que se construyó por la vertiente pirenaica con mano de obra de soldados de reemplazo y prisioneros de la guerra civil. Están ocultos entre el bosque de la estación con la intención de defenderla en el caso que fuese necesario y evitar la entrada al territorio español. Estos bunkers nunca se llegaron a utilizar.

Ventana búnker / Fotografía Leire Gutiérrez

Puerta búnker / Fotografía Leire Gutiérrez

Acceso a búnkers / Fotografía Leire Gutiérrez

Entrada a búnker / Fotografía Leire Gutiérrez


Vista desde el interior de un búnker / Fotografía Leire Gutiérrez

Montañas de difícil acceso que facilitaban el paso de los judíos desde Francia, el contrabando de ciertos alimentos… caminos bien conocidos por Esteve Durandarte, uno de los protagonistas de la novela que llevará de cabeza a los nazis y será una pieza clave para la resistencia. 

La Estación Internacional de Canfranc es magia, es historia, es fascinación. Sus vías esperando llevarnos a mil destinos, a descubrir más historias, a dejar volar nuestra imaginación… nos invitan a volver a Canfranc



Andenes de la Estación de Canfranc / Fotografía Leire Gutiérrez